CAZAFANTASMAS
  SUPERTICIONES
 
SUPERTICIONES
 
En la Europa medieval se creía que hacer la señal de la cruz delante de la boca al bostezar impedía que el diablo se introdujese en el cuerpo y estableciera en él su morada. Era costumbre que las madres hicieran la señal de la cruz sobre la boca del bebé si lo veían bostezar y se supone que la actual costumbre de taparnos la boca con la mano en el momento de emitir un bostezo, deriva de la antigua superstición.
 
La idea de que la pata de conejo o liebre trae buena suerte nació de la antigua creencia de que los huesos de sus patas curaban la gota y otros reumatismos. El hueso debía tener una articulación intacta para ser eficaz en sus virtudes mágicas.
 
Desde tiempos remotos el número trece ha sido fatídico según la creencia de la muerte violenta que sufrieron varios dioses decimoterceros de la Antiguedad y también por la suerte que corrió el decimotercer invitado en la Última Cena.
 
La corona circular colocada sobre las tumbas o en la puerta principal de los cementerios tenían la intención de encerrar simbólicamente el espíritu e impedirle volver.
 
Antiguamente debido a la altura que solía tener el patíbulo, había que usar una escalera de mano para colocar la soga en la posición correcta, así como para retirar después el cadáver del reo. Cualquiera que pasara por debajo de la escalera corría el peligro de encontrarse con el muerto. De ahí viene la superstición del temor a pasr por debajo de una escalera.
 
En el Antiguo Egipto se adoraba a la diosa Bubastis que mostraba forma de gato, y existía la creencia de que los gatos tenían alma. Posteriormente en la Edad Media, los gatos negros acompañaban los ritos mágicos, como un elemento indispensable en el mundo de la brujería. Posiblemente de estas creencías deriva la actual superstición ante la aparición inesperada de un gato con estas características.
 
Antiguamente la herradura simbolizaba la fuerza del caballo y su enorme utilidad como animal de trabajo y en las guerras. Clavadas o colgadas en las puertas, las gentes consideraban que atraía la buena suerte y las energías del cielo.
 
Según la superstición, si derramamos sal hay que apresurarse a tomar un pellizco y arrojarlo por encima del hombro izquierdo. En otros tiempos se creía que ese era el sitio donde el diablo espera pacientemente a que nuestra naturaleza pecadora renuncie al alma para siempre. La sal que arrojamos iría encminada a cegarle temporalmente para que el espíritu tenga tiempo para volver a quedar afianzado en la buena suerte.
 
Dañar el espejo, según las antiguas creencias era dañarnos a nosotros mismos. Romper el espejo era considerado como dañar el alma y trae la mala suerte durante siete años. Este periodo puede deberse a la creencia de que el cuerpo experimenta un cambio en la constitución fisiógica cada siete años.
 
Durante muchos siglos antes del cristianismo los pueblos célticos de Europa rendían culto a los árboles pues los consideraban representantes de los dioses en la tierra. Se recurría a ellos en caso de enfermedades y dolencias y también si la mala suerte visitaba a un hombre bajo la forma de demonios o si iba a libararse una batalla. El sacerdote druida celebraba una serie de ritos y ensalmos en las llamadas enramadas sagradas. Resultado de estas creencias es nuestra superstición de tocar madera para llamar a la buena suerte.
 
Los egipcios y griegos veían en el estornudo un augurio. Así, era bueno estornudar por la tarde, mientras que hacerlo al saltar de la cama o al levantarse de la mesa podía ser nefasto. Aquel que había estornudado al nacer era tenido por dichoso. El estornudo hacia la izquierda era un signo de mal aguero, pero de bueno, hacia la derecha. En todos los casos, los griegos exclamaban ¡Vivir! ¡Que Zeus te conserve! Por su parte, los romanos empleaban la expresión ¡Salve!, ante tal circunstancia; y serían los primeros cristianos quienes sustituyeron la invocación a dioses paganos por el suyo. Se dice que durante la epidemia de peste que hubo en Roma en el año 591, bajo el pontificado de Gregorio I, los afectados morían estornudando, y que de tal circunstancia proviene el ¡Dios te bendiga!, que más tarde se simplificaría diciendo ¡Salud! ¡Jesús! o expresiones semejantes
 
   
 
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